viernes, 20 de marzo de 2009

Veinte euros

Fue la primera vez que pidió dinero a cambio de sexo. Subió a aquel coche con la sensación de estar dejando la vida afuera, tras el vaho de las ventanas que no dejaban ver ni las sombras de la calle. Cuando la mano de aquel tipo agarró su nuca con una fuerza casi camuflada en ansia, no sintió el miedo que requería aquella situación. Su cabeza se acercó con rapidez a la urgencia de un pantalón y todo pasaba deprisa. Nada era tan difícil como pensó que aquello debía ser.

Lo malo vino después, cuando todo acabó y el tipo sacó del bolsillo dos billetes y los dejó caer sobre sus piernas. Salió del coche y la vida que encontró allí ya no era la vida que ella había dejado afuera; era otra cosa. Y allí de pie, mientras veía como el coche se alejaba, y con el puño cerrado y el dinero arrugado, empezó lo peor, empezó a empequeñecer. Se sintió pequeña, diminuta, insignificante. Un extraño vértigo se apoderó de su cuerpo, y las imágenes de aquel tipo empezaron a empapar sus retinas para dejarlas allí de por vida. Ella era en aquel momento la chica más pequeña de mundo y su dolor el más grande. Y supo que, a pesar de todo, aquélla no sería la última vez.

2 comentarios:

Ignacio findela1aparte dijo...

Me ha gustado mucho, aunque no comparto esa visión de las prostitutas, no se si será por mis referentes romanceros, pero para mi son musas caritativas. También tengo que decir que no he ido nunca con ninguna, puede que si algún día lo hiciera se esfumaría ese halo de magia.
Perdona por el rollo, me ha gustado mucho.

ILSA dijo...

Como le dijo Serrat a Sabina en una ocasión: "Tú confundes a las musas con esas señoritas que fuman".

Entiendo lo que dices, pero debe ser un arma de doble filo.