sábado, 11 de octubre de 2008

No hay nada en calma

A veces se me duermen las manos
y siento serpientes diminutas bajo la piel.
Las uñas se me han endurecido por momentos
y el contorno de mis muñecas
no llega al de la cabeza de un ratón.
Últimamente los pies y la espalda
no soportan mi peso,
son los estandartes que deben mantenerme erguida
pero cada vez es más complicado sostenerme.
La garganta asfixiada;
la voz no es nada.
La mandíbula, la lengua, los dientes,
el cuello y el paladar son sólo adornos,
son parte de una núcleo de ausencia de sentidos,
son sólo tensión,
son animales rabiosos,
o mejor,
son las garras de los animales rabiosos.
La cabeza no para,
el pensamiento no para,
el miedo no para,
y todo da vueltas.
El pasado es sueño borroso,
el presente es tan solo un simulacro,
y el futuro se viste de gala,
pero me mira y se va.
No tengo recuerdos,
no guardo secretos,
no siento lamento
y ya no sé si quiero o si alivia el llorar.
No hay nada en calma,
la soledad me abruma y me arrastra,
y yo sólo quiero descansar,
encontrar una señal.
Será cuestión de acostumbrar al cuerpo
a este frío que se ha instalado en los huesos,
al vacío que hay en las esquinas del corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No podemos acostumbrarnos al vacío, porque nunca se conforma con las esquinas, acaba llenándolo todo y entonces... en qué cuerpo vas a meterte? No nos lo podemos permitir... mil besos balsámicos!

ILSA dijo...

Y a los miedos... ¿Puede uno acostumbrarse a los miedos?