El invierno abre sus ventanas al frío
y mi soledad tiembla al saber
que el camino guarda una gris nostalgia,
que este cielo oscuro sólo traerá reproches,
que todo tiene un precio,
que las calles, heladas, surcan silencios olvidados
y que a la decepción hay que llamarla por su nombre.
Los árboles, que en otros tiempos alumbraron,
hoy son los tristes reflejos de otras vidas,
o quizá la intuición de nuestra propia muerte.
La vida siente la derrota en sus huesos
de igual manera que mis huesos sienten el frío,
y las noches cierran la puerta con llave
a esos sueños que quedaron colgados
en los pasillos del miedo
o de un amor.
La esperanza, gélida como una idea sin voz,
avanza con sumisión hacia un sucio abismo,
haciéndome ver que el futuro
es la tristeza que cabe en una lágrima,
o el silencio que aulla en un vagón.