miércoles, 20 de agosto de 2008

Yo también sé gritar. Podría, si quisiera, escupir palabras que te hiriesen, podría hacerte reproches capaces de partirte el alma en dos. También podría conseguir que te sintieras pequeño, insignificante, la cosa más diminuta del planeta. Sé cómo hacerte temblar, pero no como antes, como aquellos temblores que compartimos cuando los cuerpos se nos derretían de deseo, no; me refiero a hacerte temblar de miedo. Y sé cómo podría transformar tu maldad y tu rabia en pequeñas lágrimas resbalando por tu arrepentimiento. Yo no soy todas esas cosas horribles que dices, no lo soy, ahora sólo tengo que convencerme de ello: no lo soy… no lo soy… no lo soy… Ojalá no tuviese miedo, ojalá tuviese valor. Este tiempo oscuro, esta nube espesa tiene que pasar, tu suerte tiene fecha de caducidad. Quiero celebrar con todas mis ganas tu caída, quiero verte caer, quiero verte revolverte en tu dolor, quiero verte llorar hasta que se te sequen los ojos, quiero…

El tintineo de unas llaves irrumpe en la cerradura, la voz de su enemigo traspasa sus tímpanos: “Ya estoy en casa”, y esas palabras, como un animal herido, le arañan el alma. En un acto comprensible y reflejo todos los músculos de aquella mujer entran en tensión. Sólo acierta a decir: “Hola, qué tal el día, qué quieres que te prepare para cenar”.

1 comentario:

Libertad dijo...

Y que nuestro orgullo sea tan fácil de romper...